Un buen día el viejo padre los reunió a todos y les entregó la misión de salir a conquistar los puntos cardinales y traerlos a casa.
Enviados en distintas direcciones, cada uno tomó su morral y partió a buscar un punto cardinal orientándose por las estrellas.
¿Cómo será el norte?, ¿Cómo será el sur? ¿Y el este? ¿Y el oeste?
Los pies consumieron kilómetros y kilómetros, el pueblo quedó atrás, luego la ciudad, luego el país, luego el continente. Cada uno en dirección a su punto cardinal.
Mandaban cartas a su padre que las leía lleno de emoción. Unos contaban las maravillas del mar atlántico, sus coloridas aguas y sus increíbles flores, peces y pueblos. Otro contaba de las cordilleras y las alturas. Del cielo allá arriba, cerca de Dios y de las zampoñas. El otro mandaba dibujos del fin del mundo y leyendas de los más remotos lugares, donde la civilización aún no había llegado. Así, el otro contaba del norte, con sus rascacielos y las costumbres extrañas de la gente de ojos azules.
Vieron muchos anocheceres. Y muchos atardeceres. Y muchos amaneceres. Cada uno contaba sus aventuras de cada día, caminando por ciudades, valles, pueblos, mares, desiertos y gentes, tan diversas, tan increíbles.
Iban llevando de cada lugar un pequeño recuerdo para el padre, en el pequeño morral del viaje. Un pequeño objeto, una piedra, una flor, una fotografía, un dibujo, un fruto seco, una caracola, un pequeño instrumento musical.
Necesitaban llevarle evidencias de su paso por las lejanías en busca de un punto cardinal.
Mientras más caminaba el que iba al norte….más parecía alejarse el norte. Mientras más caminaba el que iba al sur, lo mismo.
Sin embargo tenían Fe en encontrar un punto cardinal hecho y derecho. Un punto cardinal que se pudiera tocar y tomar para llevar a casa. Para colgarlo en la pared principal de la casa paterna.
Así cada uno, aunque más de alguna vez quiso quedarse en algún lugar maravilloso, enamorado de una mujer maravillosa, seguía adelante. La misión era encontrar un punto cardinal.
Hubo peligros, por cierto. También hubo tristezas y nostalgias, sobretodo cuando caía el sol. A todos les solía ocurrir algo parecido, al irse el sol por el horizonte pensaban en su vieja casa, en su viejo padre, en su vieja madre.
También hubo dolores y sufrimientos. Fueron asaltados en algún camino, fueron engañados por presditigitadores que les hicieron perder las pocas monedas. Tomaron caminos equivocados y debieron caminar diez veces más para encontrar el rumbo. Los pies parecían reventarse. El hambre sacudía el estómago en muchas ocasiones. También el miedo y la soledad.
Siempre adelante, les había enseñado el padre, siempre adelante. No mirar atrás, no dejarse vencer por el frío, ni por la tempestad. Ni por esos calores del trópico, ni por las soledades de los desiertos. Jamás.
Tampoco dejarse vencer por ilusiones y las quimeras del momento. Ni por el brillo del dinero ni por la miel falsa. Ni por unas palmadas en el hombro poco sinceras. Mucho cuidado con eso les había recalcado el padre, siempre. Mucho tino con lo que parece pero que no es verdad. Y mucha serenidad…siempre, serenos, caminen con la mirada puesta en el horizonte.
Y caminaron, caminaron. Conocieron rincones de todo el planeta, siempre en dirección a su punto cardinal, guiados por las estrellas…
Se ganaron la vida en muchos oficios, algunos pequeños e insignificantes, otros importantes y bien pagados. Pero todo era para sobrevivir y para tener recursos para seguir adelante. Siempre adelante.
Se hicieron mayores, ya no eran los adolescentes que salieron un día de la vieja casa.
Caminando, maduraron como maduran las uvas y todos los frutos. Templaron su carácter y su voluntad siguiendo un horizonte. Aprendieron a distinguir los colores, los vocablos, la música, los distintos sentidos de las cosas en cada lugar. Comprendieron la vida de muchas partes, se sintieron incorporados a un lenguaje universal, se hicieron parte de un todo. Aprendieron a sobrevivir…y a vivir con todos los caminos y todas las verdades.
Caminaron, caminaron….y sin darse cuenta, un buen día, apareció ante sus ojos, al mismo tiempo, como una alucinación, como una aparición fantásmagórica, mágica, transparente, luminosa, la casa del padre que salió a recibirlos con lágrimas de felicidad.
No podían creerlo, se restregaban los ojos, que también se inundaban de lágrimas de emoción.
No podían comprender tamaña sorpresa. Alejándose cada día más, habían vuelto al sitio original…sin un punto cardinal en sus manos.
No habían encontrado el punto cardinal que les encargó el padre, pero en aquel momento, en ése abrazo - en ése preciso instante – todos sintieron a la vez que allí estaban reunidos, el norte, el sur, el este y el oeste.
Así nacimos de nuevo, un BuenDía.
Joel Muñoz Berríos & Asociados