En el transcurso de la historia, hemos venido navegando entre la tiranía y la libertad.
Entre reinados, imperios y dictaduras, el hombre ha salido a buscar sus días de gloria, primaveras de libertad, de tanto en tanto, cuando los regímenes opresores han sobrepasado todos los límites imaginables de la dignidad humana, los seres humanos han ofrecido su sangre y su vida para recuperar su tesoro más preciado: su libertad.
Tal vez el espíritu humano esté diseñado para caer en la oscuridad y a la vez para emerger de la misma con renovado esplendor libertario.
La Revolución francesa es un hito en la historia de la humanidad en el que se da, una vez más, esta profunda vocación humana por la libertad.
Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Para muchos, pueden ser principios de una revolución lejana y ajena.
Ideas difíciles de comprender en el mundo de hoy, ideas que no se asimilan como propias por el sólo hecho de estar escritas con sangre en la historia universal.
Porque los significados de las cosas no se encuentran en los libros de historia ni en los monumentos. Ni en las banderas, ni en las constituciones.
La verdad radica en cada ser humano. En cada uno de nosotros. Cada cual tiene un significado, un concepto de libertad, un concepto de igualdad, un concepto de fraternidad.
Para cada uno de nosotros, con seguridad, estas palabras nos evocan significados diferentes. Porque cada uno tiene una experiencia de vida diferente en relación con cada uno de estos conceptos.
Sin embargo, para todos, son los pilares sobre los cuales se funda la democracia como sistema político.
La caída de un sistema monárquico, piramidal, en el que el clero compartía el poder con el rey y su corte, llegando a fundirse en un poder absoluto sobre el resto de los ciudadanos y siervos de la gleba, tiene su contrapartida en el surgimiento del valor de lo humano. El hombre como centro de la sociedad, aquello que, ni más ni menos, da origen a la Declaración de los Derechos del Hombre.
Libertad, Igualdad y Fraternidad, son una respuesta concreta frente a un sistema basado en el poder absoluto de unos pocos sobre las grandes mayorías.
La democracia, sustentada sobre estos principios, es el régimen que viene a reemplazar siglos de oscurantismo de la humanidad.
Libertad, Igualdad y Fraternidad no son, entonces, en su origen, expresiones de deseo, utopías o sueños de los progresistas del mundo. Son valores sobre los cuales se ha levantado la historia desde hace tres siglos.
Aún cuando coexistan y hayan coexistido diversos significados para los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad, se puede afirmar que los aspectos compartidos de estos significados han permitido a la humanidad dar grandes saltos económicos, políticos, sociales, culturales, jurídicos, científicos y tecnológicos. Para beneficio del ser humano, con efectos materiales e inmateriales que la democracia ha podido extender hacia millones de personas en el planeta.
La revolución francesa, con estos tres principios democráticos, fijó un norte, un sentido,una misión, que permitió la apertura del conocimiento hacia nuevas esferas, más allá del orden y la imposición forzosa del saber de los poderosos sobre la ignorancia de los más desposeídos.
Sin embargo, los poderosos, a pesar de ser vencidos, no dejaron de existir y manifestarse en el deseo de mantener una sociedad de privilegios.
Tomando diferentes formas, e incluso utilizando el sistema democrático para sus fines, apropiándose incluso de los valores y del discurso de la democracia, se vuelven a hacer presente en la historia con el fin de doblegar a los auténticos demócratas, a los generadores de la justicia, del conocimiento, del arte, de la riqueza y del amor humano.
La necesidad del poder, el hambre de reinar como imperio a toda la humanidad, pisoteando los principios democráticos que tantas veces han declarado defender, se nos presentan en este tiempo defendiendo la libertad y la democracia a fuerza de bombas, en un panorama francamente desolador para el mundo.
La razón, la emoción, el espíritu y la vida misma.
El conocimiento racional, basado en la confianza de las capacidades y la inteligencia humana para darse una explicación sobre la vida e intervenir en la vida misma y para producir cambios en todos los aspectos de la existencia, originó innumerables saltos hacia el progreso, pero también fragmentó al hombre.
El vínculo del pensamiento con obras físicas materiales, con la producción y con la tecnología, desataron una verdadera ola de materialidad, modernidad y progreso.
Pero el reinado de la razón, excluyó las emociones humanas como algo esencial para reconocer el sentido más básico de la vida: el amor.
También excluyó el conocimiento trascendente, el desarrollo espiritual .
En oposición a la época medieval, en donde la expresión espiritual fue manipulada en función de los intereses del poder, para justificar una dominación de muchos siglos, esta nueva época, en una antítesis dialéctica, el hombre se aleja del espíritu, coartando la posibilidad de un conocimento holístico trascendente, integrado, entre la verdad terrenal, física, y las verdades invisibles que los seres humanos han buscado desde sus más antiguos orígenes.
También se desprecia la experiencia sensorial natural, lo carnal, la experiencia de vivir a través de los sentidos. En una desaforada huída del reino animal y de la naturaleza, el hombre se aparta de sus orígenes y las fuentes primordiales de la vida.
La inteligencia y la razón lo son todo en esta época. No hay espacio para lo mágico, ni lo espiritual, ni lo cósmico. Ni las emociones, ni lo sentimientos humanos. Tampoco lo vital, aquello que surge de la interacción y la pertenencia con la naturaleza.
Reducidos a la razón y al pensamiento inteligente, el ser humano se queda sin insumos para su desarrollo superior.
Se impone la cultura del resultado medible, cuantificable. Todos caemos obnubilados por los méritos del método científico que aún nos reina.
Lo sutil, lo intuitivo, lo imaginario, lo creativo, la sensibilidad y el pensamiento trascendente son
excluidos de la conversación sobre el pasado, el presente y el futuro de la humanidad.
Se da origen a la pragmática, a la cultura de la ganancia máxima, sin importar los medios para alcanzarla. La democracia viene acompañada de la revolución industrial, el establecimiento del capitalismo y sus depredadores efectos en la vida y en el medio ambiente.
La ganancia máxima, obtenida a través de la explotación del hombre por el hombre, sustentada en una libertad de mercado que el poder ha querido poner como sinónimo de la libertad de aquella Revolución Francesa, reduce al hombre a un simple consumidor de bienes y servicios.
Los principios de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, son violados cada vez que el orden imperante requiere de ajustes - de fronteras, de sistemas, de cultura e identidad - para generar más ganancia. Así, se van acomodando estos valores a las necesidades de quienes dominan en la tierra.
Hoy, en un mundo globalizado, donde un imperio reina sin ningún contrapeso, en la era de la información y el conocimiento, los hombres y
mujeres del planeta vivimos apariencias de Libertad, Igualdad y Fraternidad, generadas desde los medios de comunicación y de la cultura.
Lejanos y fragmentados, desintegrados, los seres humanos caminamos con los sentidos, la razón, las emociones, los valores y la fé quebrantados, dispersos, sin hallar sentido a la experiencia de vivir.
Absolutamente desconectados entre pensamiento, emoción y acción. Lejanos a la experiencia auténtica de Libertad, Igualdad y la Fraternidad.
¿Qué sentido tiene recordar la Revolución Francesa?
Los acontecimientos históricos sirven a los seres humanos para dejar huellas, para crear paradigmas que la memoria puede recuperar cuando se haga indispensable retomar el norte de lo humano. Para recuperar lo esencial cuando reina el caos y la confusión. Para adquirir fuerza, cuando nos vence el miedo.
Aquí y ahora, los valores de la revolución francesa se nos hacen indispensables para resistir al poder global y para crear un mundo mejor.
Recuperando la experiencia y la emoción de la libertad.
Es necesario volver a los orígenes, regresar a las fuentes. Abrir toda nuestra capacidad receptora para distinguir experiencias auténticas de libertad.
Del mismo modo como la acción depredadora de quienes sustentan el poder va exterminando árboles y animales que van desapareciendo agónicamente de la faz de la tierra, también han venido siendo depredados los valores de la auténtica democracia.
La Libertad, especie en extinción, se reconoce en la emoción de soñar y en el impulso de volar más allá de lo conocido, para encontrar respuestas nuevas, que den satisfacción a lo que no puede ser explicado en el mundo ordinario que vivimos.
Son los jóvenes quienes llevan ese espíritu libertario en su corazón. Han sido siempre los jóvenes quienes han recuperado el sueño de ser libres de pensar, decidir, sentir, amar, buscar, preguntar y dar respuestas, desde su propia experiencia de vivir.
Desde ese auténtico sentimiento y de la experiencia de vivir libremente, es posible rescatar del fondo de nosotros mismos la posibilidad de cambiar el orden que nos ata y esclaviza, que nos reduce a seres prisioneros de un poder global absoluto.
La experiencia y la emoción de la igualdad.
Del mismo modo ¿Quién ha encontrado a su alrededor, en el último tiempo, una experiencia de auténtica igualdad?
Otro valor depredado por el sistema que vivimos y las relaciones que imperan en este orden.
La igualdad, qué antigua palabra parece, qué significado tan poco igualitario!
En África son millones los seres humanos de segunda y tercera categoría que se mueren de hambre y de SIDA, como víctimas de la desigualdad económica, social, política y cultural.
En nuestra América Latina, negros, mestizos, indígenas, pobres, ancianos, mujeres, niños, jóvenes, son apartados de los beneficios del desarrollo que el poder ostenta con tanta grandielocuencia.
Millones de personas en todo el planeta quedan al margen de las decisiones, de la educación, de la información, del conocimiento y de los bienes.
Estamos viviendo una de las época más injustas de la historia.
En Chile, por ejemplo, aún con la democracia reconquistada hace ya quince años, los ricos son cada día más ricos, la brecha ha crecido en lugar de disminuir, en dimensiones realmente intolerables para cualquier ciudadano común y corriente.
La experiencia y la emoción de la igualdad hay que buscarlas en la convivencia y vivirla plenamente. No se puede hacer discursos sobre la igualdad sin haber tenido la noción de compartir con otros, en forma igualitaria, un espacio, un recurso, un momento de la vida, un pan, un sueño o una acción de bien común.
La experiencia y la emoción de la fraternidad.
En la idea de fraternidad se reúne el concepto del amor humano. La emoción de entregarse a la causa de la vida entre hermanos, para construir un nosotros compartido, para lograr el bien de todos, para superarnos como especie y no como individuos solitarios, fragmentados del resto y de la naturaleza.
La fraternidad se puede vivir en el acto de dar, de entregarnos a causas nobles y de construir un sentido colectivo Todo lo contrario de la depredación y la destrucción de las relaciones que nos propone la cultura de la ganancia máxima.
La fraternidad nos invita a la ética del respeto a la libertad del otro y de la igualdad.
La libertad, unida a la idea de igualdad y de fraternidad, nos invita a la construcción en lugar de la depredación.
Nos invita a formar parte de los constructores de un mundo nuevo posible. En abierta rebeldía y oposición a los depredadores.
Libertad, Igualdad y Fraternidad, nos plantean la urgente necesidad e cambiar la jerarquía de las cosas. Poner el dinero como un medio y no como un fin. Poner nuevamente al hombre y a la mujer en el centro de todas nuestras preocupaciones.
Un hombre y una mujer plenamente integrados en razón, emoción, sentidos y valores.
Un hombre y una mujer que viven la totalidad de la experiencia de pertenecer a la naturaleza, al mundo de las ideas, como a la trascendencia.
La emoción y la experiencia de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad son recursos poderosos para vencer al imperio del miedo, de la violencia, de la fuerza, del dinero, del poder, del abuso, de la corrupción, del desamor.
No serán quizás la Toma de la Bastilla o la revolución armada los caminos de la liberación en este siglo. Pero con toda seguridad, el poder global que vivimos comenzará a tambalearse del mismo modo como comenzaron a caer las tiranías, cuando comiencen relacionarse y a integrarse , en una poderosa red libertaria, las emociones, experiencias y sueños de una nueva humanidad, una nueva democracia para los siglos venideros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario