La pata coja de Chile.
Joel Muñoz
El Periodista
Junio 12, 2007
Chile ha despertado a una nueva etapa de diálogo social. La gente está rompiendo las compuertas y las contenciones a las demandas y se está expresando de diversas formas.
Para los oficialistas y conservadores, la expresividad social, manifestada en presiones, manifestaciones, huelgas, tomas, paros, es considerada como vandalismo, violencia, actos fuera del orden, etc.
Para otros, son manifestaciones legítimas siempre y cuando se enmarquen dentro de las normas de una convivencia no violenta.
Para otros, son expresiones indispensables del descontento popular frente al sistema, que ojalá crezcan y se multipliquen para obligar a un cambio de modelo.
El asuto concreto es que “el que no llora no mama”.
Desde mi punto de vista, Chile, este país tan “choro”, tiene un diálogo social precario, pobre, primitivo. No ha crecido en sus relaciones y en su madurez como puede haber crecido en las cifras. Tenemos una gran pata coja.
La gran responsablidad de este desequilibrio entre el crecimiento material y el desarrollo humano (base de relaciones sustentables, democráticas y con un sentido común) es de los propios diseñadores y realizadores del progreso material, que han tenido en sus manos las decisiones sobre la no participación de las personas en el propio desarrollo.
Los tecnócratas desprecian a la gente siempre. Consideran que, a lo sumo, escuchar al pueblo es hacer algunas encuestas. Toda expresión social, toda demanda organizada les asusta, todo se trata de inmovilizar con incentivos económicos o con censuras, en lugar de buscar la conversación, los acuerdos y los compromisos abiertos y transparentes.
Todo malestar social se explica con razones técnicas y se vulgariza. Las emociones de la gente no importan, los valores culturales tampoco.
Por ejemplo, cuando todos nos sentimos amenazados en el ambiente con la violencia como parte de lo cotidiano, aparece un técnico mostrando una encuesta que dice que hay menos violencia que hace 10, 15 0 20 años. Y todos nos tenemos que quedar callados, aunque sigamos teniendo la sensación de que hay violencia amenazándonos en todas partes.
La pobreza, otro ejemplo. Aparecen los técnicos con sus encuestas diciendo que en Chile hay menos pobres que antes. Entonces, todos debemos cerrar la boca. Aunque sigamos teniendo en nuestro alrededor la evidencia de que hoy los ricos son más ricos y los pobres más pobres que hace 20 años.
La fragmentación y la manipulación de la información viene a la par con la fragmentación de los hechos sociales y culturales. Todo viene acompañado de la mirada funcionalista, que divide para reinar. No se permite mirar la realidad como un sistema integrado, como un conjunto de elementos relacionados, que forman parte de un todo: La vida en una sociedad. Por ende, la sociedad no se cuestiona.
La sociedad no es más ni menos que el conjunto de relaciones entre las personas, sus grupos, clases, agrupaciones geográficas, políticas, religiosas, administrativas, económicas, culturales.
Vivimos en una realidad poco feliz, poco gratificante. Porque nuestras relaciones están determinadas por sentidos y valores de unos pocos, impuestos sobre la mayoría. Por eso, hoy el gran enemigo de los chilenos es la exclusión.
Hoy comienzan a ponerse en evidencia síntomas de una expresividad social que busca formar parte, tener derecho a información, a decidir, a planificar, a ejecutar y a rediseñar la sociedad si es necesario. Ser parte, no ser más excluido, esa es la voz del pueblo.
Los actuales líderes andan perdidos en esto. No pueden comprender que se requiere de liderazgo creador y transformador, para reinventarnos como sociedad, “ reconocer a todos como legítimos y válidos en la convivencia”, recrear nuestras relaciones y crear el nuevo concepto de lo común, lo que podría ser de todos de aquí en adelante y no sólo patrimonio de algunos.
Lo contrario es incentivar estallidos sociales lamentables.
El Periodista
Junio 12, 2007
Chile ha despertado a una nueva etapa de diálogo social. La gente está rompiendo las compuertas y las contenciones a las demandas y se está expresando de diversas formas.
Para los oficialistas y conservadores, la expresividad social, manifestada en presiones, manifestaciones, huelgas, tomas, paros, es considerada como vandalismo, violencia, actos fuera del orden, etc.
Para otros, son manifestaciones legítimas siempre y cuando se enmarquen dentro de las normas de una convivencia no violenta.
Para otros, son expresiones indispensables del descontento popular frente al sistema, que ojalá crezcan y se multipliquen para obligar a un cambio de modelo.
El asuto concreto es que “el que no llora no mama”.
Desde mi punto de vista, Chile, este país tan “choro”, tiene un diálogo social precario, pobre, primitivo. No ha crecido en sus relaciones y en su madurez como puede haber crecido en las cifras. Tenemos una gran pata coja.
La gran responsablidad de este desequilibrio entre el crecimiento material y el desarrollo humano (base de relaciones sustentables, democráticas y con un sentido común) es de los propios diseñadores y realizadores del progreso material, que han tenido en sus manos las decisiones sobre la no participación de las personas en el propio desarrollo.
Los tecnócratas desprecian a la gente siempre. Consideran que, a lo sumo, escuchar al pueblo es hacer algunas encuestas. Toda expresión social, toda demanda organizada les asusta, todo se trata de inmovilizar con incentivos económicos o con censuras, en lugar de buscar la conversación, los acuerdos y los compromisos abiertos y transparentes.
Todo malestar social se explica con razones técnicas y se vulgariza. Las emociones de la gente no importan, los valores culturales tampoco.
Por ejemplo, cuando todos nos sentimos amenazados en el ambiente con la violencia como parte de lo cotidiano, aparece un técnico mostrando una encuesta que dice que hay menos violencia que hace 10, 15 0 20 años. Y todos nos tenemos que quedar callados, aunque sigamos teniendo la sensación de que hay violencia amenazándonos en todas partes.
La pobreza, otro ejemplo. Aparecen los técnicos con sus encuestas diciendo que en Chile hay menos pobres que antes. Entonces, todos debemos cerrar la boca. Aunque sigamos teniendo en nuestro alrededor la evidencia de que hoy los ricos son más ricos y los pobres más pobres que hace 20 años.
La fragmentación y la manipulación de la información viene a la par con la fragmentación de los hechos sociales y culturales. Todo viene acompañado de la mirada funcionalista, que divide para reinar. No se permite mirar la realidad como un sistema integrado, como un conjunto de elementos relacionados, que forman parte de un todo: La vida en una sociedad. Por ende, la sociedad no se cuestiona.
La sociedad no es más ni menos que el conjunto de relaciones entre las personas, sus grupos, clases, agrupaciones geográficas, políticas, religiosas, administrativas, económicas, culturales.
Vivimos en una realidad poco feliz, poco gratificante. Porque nuestras relaciones están determinadas por sentidos y valores de unos pocos, impuestos sobre la mayoría. Por eso, hoy el gran enemigo de los chilenos es la exclusión.
Hoy comienzan a ponerse en evidencia síntomas de una expresividad social que busca formar parte, tener derecho a información, a decidir, a planificar, a ejecutar y a rediseñar la sociedad si es necesario. Ser parte, no ser más excluido, esa es la voz del pueblo.
Los actuales líderes andan perdidos en esto. No pueden comprender que se requiere de liderazgo creador y transformador, para reinventarnos como sociedad, “ reconocer a todos como legítimos y válidos en la convivencia”, recrear nuestras relaciones y crear el nuevo concepto de lo común, lo que podría ser de todos de aquí en adelante y no sólo patrimonio de algunos.
Lo contrario es incentivar estallidos sociales lamentables.
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