miércoles, noviembre 28, 2007

Derecho a equivocarnos


Cierre los ojos y sueñe. Un mundo de certezas, donde toda la gente sabe de dónde viene, quién es y para dónde va, sería un mundo muy particular. Un mundo sin dudas. Qué maravilla.
Un mundo sin preguntas, porque ya están todas las respuestas. Sería cuestión de levantarse cada día con la certidumbre de todo. Sería cosa de tener diccionarios de preguntas y respuestas clasificadas. Por edad, sexo, grupo socioeconómico, grupo político, ubicación geográfica, origen cultural. Todo estaría resuelto. Sería cosa de consultar un libro de respuestas o por Internet, cuando nos faltara memoria. Y si anduviéramos sin diccionario por la calle, podríamos consultar a una línea 800 desde el celular ¿Cuál es la respuesta para el desamor, señorita? ¿Me podría dar la respuesta para el desarrollo económico con igualdad? ¿Cuál es la respuesta para los niños que preguntan a cada rato por qué esto o por qué lo otro? ¿Con cuál de las dos tengo que casarme? Y una señorita muy amable, en pocos segundos, dictaría la respuesta precisa, la única respuesta, aquella que alivia y resuelve todo, y diría, gracias por consultar el fono-respuesta-para-todo. Estamos a sus órdenes.

Un mundo sin problemas.

Para cada cosa habría una solución. Para cada causa, un causo. Para cada sueño, una dueña. Para cada ilusión, un jardinero. Para cada etapa de la vida, una fórmula. Para casa crisis, un traje nuevo. Para cada vacío, un vaso lleno. Para cada sinsabor, una caja de condimentos. Para cada pesar, una pausa liviana. Para cada Soledad, un Pedro. Para cada noche, un día de sol. Para cada quiebre de la empresa, un préstamo blando de largo plazo.
Que bonito sería para algunos. Y que aburrido a la vez para otros.

El camino propio.

Un viejo y sabio amigo mío de toda una vida, que murió hace muy poco, me dijo al oído un día, cuando me encumbraba hacia la adolescencia: “Busca el camino original, no aceptes las recetas de las revistas, intenta tu propia manera de vivir. No creas en nada de lo que dicen que debe ser. Todo eso es falso. Inventa tu vida”. Y se fue con cara de haber hecho una maldad piadosa.
Lo escuché en silencio, porque era una persona para escucharla en silencio. Era un sabio del universo, que hacía canciones, vitrales, cuentos para niños, aparte hacer su trabajo de cura: hacer misas, confesar, dar la extremaunción y todas esas cosas propias de la profesión.
No tuve nada que decir frente a su consejo al oído, nada que protestar. Le encontré razón. Sólo debía ponerme manos a la obra.
Quise preguntarle si esto incluía La Biblia, pero, francamente, no me atreví. Me imaginé que también.

El problema de la originalidad.

El problema es que el camino original significa hacerse preguntas. Llenarse de dudas por resolver. Implica hacerse interrogantes sobre el ayer, sobre el hoy y sobre el mañana. Implica no conformarse con la receta del horóscopo, del sicólogo, del gobierno, de la sociedad que vivimos, ni de la revista de moda, ni del gurú de moda. Ni siquiera con las respuestas de la religiones.
Y hacerse preguntas significa entrar en el campo de los errores de ortografía, y de los errores de cada ensayo de vivir.

Por otra parte, nos educamos en un sistema que no nos da derecho a equivocarnos, reconocer los errores es como exponernos desnudos con nuestro orgullo por los suelos. Esto es considerado como una señal de fragilidad, de debilidad.
Sin embargo, con el tiempo, nos damos cuenta que la única forma de aprender es equivocándonos, cometiendo errores. Si no los cometiéramos, no habría nada que aprender y la vida sería un poco latosa. Sería el mundo de los inteligentes, de los que siempre dan en el clavo, de los que sacan siempre la mayor rentabilidad a la vida. No perderíamos tiempo, ni plata, ni paciencia, ni orgullo.

Pasaron años para que me diera cuenta que el viejo sabio me había metido en un tremendo lío, tenía que aprender a equivocarme con bastante frecuencia y aceptar los errores como una manera de aprender. Y esto duele, porque duele crecer. Los estirones son casi siempre bruscos e inesperados. Como si fuera poco, tenía que aprender a hacerme cargo de los errores. Pésimo negocio.
¿Para qué? Para volver a hacerse nuevas preguntas. Vaya jueguito.

Las preguntas.

Necesitamos hacernos buenas preguntas para no llegar a las recetas que ya no nos sirven.
Buenas preguntas, ¿dónde encontrar buenas preguntas?, ¿dónde se venden preguntas?, ¿en qué universidad enseñan a los alumnos a plantearse preguntas extraordinarias?
No se trata de ¿dónde encontrar buenas respuestas?. Porque en el camino creativo, la repuesta es única y proviene siempre de una pregunta original. No hay buena idea sin buena pregunta.
Cuando al fin encontramos una respuesta creativa es como un resplandor, como un campanazo intenso y profundo dentro de cada uno. Es la idea que vuelve a dar sentido a las cosas, genera posibilidades de futuro, abre las ventanas que dan al horizonte… y provoca nuevas preguntas. Bueno, siempre esto nos llevará a lo mismo. A un nuevo lío. Probablemente a varias equivocaciones previas antes de la certidumbre.

La vida es creativa y nos tendremos que ir acostumbrando.

Así fue como descubrí que lo más hermoso de este mundo no es tener respuestas para todo, sino hacerse buenas preguntas. Y que en este ciclo, el permiso para la equivocación es como un permiso de circulación para vivir humanamente.
Como ya nosotros fuimos educados en las respuestas, y no nos ha servido de mucho, propongo que en los colegios a los niños y niñas se les pongan buenas notas por la capacidad de hacerse buenas preguntas, en lugar de responder lo que el profesor quiere que respondan.
Prueba para la casa, por ejemplo: niños, deben traer siete buenas preguntas sobre el mar, o sobre la física, o sobre las estrellas. Sería imposible copiarse, sería imposible no estudiar. Sería imposible no pensar.
Propongo también que se les califique positivamente por cada error que cometan. La reforma educativa tendría extraordinarios resultados. Seres humanos creciendo en la experiencia de vivir y aprender de la equivocación humana, natural, necesaria.
Las buenas preguntas son verdaderos imanes que capturan la inteligencia y la emoción. Son provocaciones para despertar las posibilidades más extraordinarias de nuestra humanidad. El error en las respuestas es la mejor oportunidad de aprender y creser. ¿o me equivoco?
Porque si acertáramos siempre, volveríamos a lo mismo. El mundo sería francamente inzooportable.


Así es como, cuando olvido estas cosas, regreso a las Preguntas de Neruda. Aquí van algunas. Recibiremos con gusto posibilidades de respuestas.

Con las virtudes que olvidé ¿Me puedo hacer un traje nuevo?
¿Por qué el sol es tan simpático en el jardín del hospital?
¿Fue adonde a mi me perdieron que logré al fin encontrarme?
¿Qué distancia en metros redondos hay entre el sol y las naranjas?
¿Cómo se llama la flor que vuela de pájaro en pájaro?

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